lá fuera solo una broma que hay gente en México llamando a tirar una estatua de Poseidón en Yucatán sólo porque quieren en su lugar una de Chaac, el dios maya de la lluvia.
Todo comenzó cuando se hicieron virales videos de personas en la entidad mexicana, culpando a Poseidón, dios griego de los mares, por la inminente entrada del huracán Beryl a las costas de la península. Lo que parecía una broma pronto se convirtió en un llamado real de miles de personas a tirar lo que consideraban una afrenta a los pueblos originarios de México.
Esta aversión irracional a lo extranjero no es nueva. Octavio Paz, el premio nobel mexicano, ya nos había advertido de esa contradicción en la psique nacional. No admitimos que nuestra cultura, estilo de vida, lenguaje y religión mayoritarias no son mayas ni mexicas, sino el resultado de una mezcla de esas varias diferentes culturas nativas con lo español. Una mezcla, por cierto, que es motivo de fascinación en el resto del mundo. Por eso México es uno de los países más visitados del planeta.
Pero en México muchos no quieren ver esas ventajas, lo cual debería llevarnos a todos en este país a sentirnos en paz con la riqueza derivada de la mezcla que somos. Eligen los inconcormes, en su lugar, asumirse víctimas, hijos de los sometidos, de los vencidos -y por lo tanto implícitamente inferiores-, a los conquistadores españoles (que son, también, nuestros antepasados).
Y así es que hay gente que quiere presumir amor propio en el odio a su herencia europea, en este caso representada por una estatua de un dios griego. Grecia, cabe recordar, es la cuna de toda la civilización occidental.
En el fondo, lo que este episodio refleja es un romanticismo bobo de una parte de la población mestiza en México que busca exaltar lo indígena, pese a todo lo que aprecian en sus vidas, desde lo que comen hasta lo que poseen, está influido por nuestra herencia occidental.