Enorme revelación hizo "El Mayo" Zambada, uno de los líderes del Cártel de Sinaloa, recién capturado por Estados Unidos:
En una carta emitida por su abogado, el capo revela lo que ha sido siempre un secreto a voces: que los políticos en Sinaloa, desde el gobernador hasta los policías, ven a los capos como sus padrinos.
El narcotráfico lleva tantas décadas en Sinaloa, que se convirtió en piedra angular de su sociedad y su cultura. Y lo mismo empieza a ocurrir en otros estados de México como Jalisco y Michoacán. Los hombres aspiran a ser sicarios; las mujeres aspiran a ser sus esposas. Ambos bajo la falsa ilusión de dinero fácil y casi inmediato.
Por eso el crimen organizado no se acabó cuando el gobierno mexicano los enfrentó abiertamente durante el sexenio de Felipe Calderón. Y por eso Donald Trump no lo lograría tampoco si cumple sus amenazas de intervenir militarmente en México. Porque no importa a cuántos capos sean eliminados, siempre habrá otro haciendo fila. La recompensa es alta; no solo en dinero, sino en reconocimiento social.
Existe todo un enaltecimiento de la figura del narcotraficante en México, que hace que quienes se involucran en el negocio no sean percibidos como delincuentes comunes por parte de su entorno social.
El año pasado un estudio publicado en la revista Science estimó que el narco emplea entre 160 mil y 185 mil mexicanos. ¿Cuántos más, fanáticos de su cultura, habrá en reserva?
Si México y Estados Unidos quieren acabar con el narco, las armas no son suficientes. Deben reducir su mayor fuente de ingresos, el insaisable consumo de drogas estadounidense, y la narcocultura que los hace omnipresentes.