La promesa central de Donald Trump es que el primer día de su presidencia iniciará la deportación masiva de hasta 21 millones de migrantes en Estados Unidos, su candidato a vicepresidente JD Vance dice que son hasta 25 millones. En realidad, oficialmente, solo hay 11 millones de indocumentados, quizá 13 si sumamos los que no han sido contados en los últimos dos años. ¿de dónde sacarán a los otros 12 millones?
Muchos de los latinos que apoyan a Trump creen que el candidato no cumplirá su promesa, pese a que la repite en cada uno de sus eventos. Pero esta vez Trump tiene tres armas con las que no contaba en 2016: 1. Una Suprema Corte conservadora que lo favorece, 2. Alrededor de 10 mil conservadores ya registrados y listos para ocupar los cargos vacantes en el gobierno que la última vez tardó años en llenar. Y 3. Un plan.
Trump y Stephen Miller, su asesor principal en migración, dicen que usarán el Alien Enemies Act de 1798, una legislación de hace más de dos siglos que permite deportar de inmediato a cualquier persona de un país hostil. Fácilmente México puede entrar en esa categoría, por ejemplo. El gobernador de Texas, Greg Abbott, ya dijo cómo: catalogando a México como un Estado controlado por el narco. Colombia, Ecuador, Bolivia, Panamá. Casi cualquier país con crimen organizado que haya realizado operaciones en Estados Unidos podría calificar. ¿Y quién puede ser deportado bajo ese supuesto? Prácticamente cualquiera que no haya nacido en Estados Unidos, incluso residentes, poseedores de una green card. De ahí pueden salir hasta 12 millones más de deportados, adicionales a los 13 millones de indocumentados. Aún más si Trump, como ha propuesto también, retira la ciudadanía a los hijos de migrantes ilegales.
Son muchas personas, ¿siquiera se puede? ¿Es logísticamente posible deportar a 5, 10, 15 millones de personas? El American Immigration Council calcula que costaría 88 mil millones de dólares al año y cientos de miles de empleados adicionales a los que hoy tiene el gobierno. Construir campos de concentración, porque no se podría albergar a tantas personas en otro lugar, todo el sistema penal estadounidense tiene menos de 2 millones de personas, y separar a muchas familias.
Y es ahí donde viene lo peor. Porque el 80% de los migrantes ilegales en Estados Unidos han vivido en el país por más de una década. Ya son personas con hijos estadounidenses, con trabajos establecidos, algunos incluso han iniciado negocios que dan empleo en sus comunidades. Uno de cada tres trabajadores de la construcción, por ejemplo, son indocumentados. Y aun así la industria inmobiliaria, en este momento, tiene 370 mil puestos vacantes que no puede llenar, no encuentra suficiente mano de obra. Esa es la razón principal, dicho por los propios constructores, por la que no pueden mantener el paso de la demanda de vivienda en Estados Unidos y, por lo tanto, por la que el costo de la compra y renta de hogares es tan alto. Y ese es sólo un sector. Agricultura y manufactura, esenciales en la cadena de suministro, no emplean indocumentados sólo porque sea más barato, sino porque no encuentran nadie nacido en Estados Unidos que haga esos trabajos. ¿Cuántos estadounidenses van a dejar sus oficinas para llenarse los zapatos de cemento?
¿Van a deportar a criminales primero? Tiene mucho sentido. Pero los 62 mil migrantes con sentencias por asalto no hacen ni el 15% de los indocumentados que Obama deportó durante su gobierno. Cualquier deportación masiva, aunque sea solo, “solo”, un millón de personas, forzosamente incluirá a familias y a trabajadores que la economía estadounidense necesita.
Es un problema de oferta y demanda. Y nunca un problema de oferta y demanda ha sido resulto por la fuerza. Ahí está la guerra fallida contra el alcohol en los años 20 del siglo pasado. Ahí está el fracaso de la guerra contra las drogas iniciada por Richard Nixon hace 50 años y que, hasta la fecha, ningún gobierno, demócrata o republicano ha podido ganar. Mientras haya miles de millones de dólares de recompensa, los traficantes hallarán el modo de llegar al consumidor. Siempre lo hacen. Con el alcohol se solucionó legalizandolo. Una versión de eso, de legalización, de reforma al sistema migratorio para atender a la demanda interna laboral cortando la ilegalidad, es lo que se necesita. Pero claro, eso no vende tan bien en campaña como decir “deportación masiva”. Te hace ver duro y decidido a la vez, aunque no tengas idea de las consecuencias que puedes desatar.
Además, Esos 5, 10 o 15 millones de deportados regresarán. En busca de llenar los puestos de trabajo que Estados Unidos sí necesita ocupar con migrantes. ¿Qué hará el gobierno para impedir que regresen? El muro “impenetrable” de Trump es un fracaso, es cruzado decenas de veces cada día, por eso los trumpistas ya no hablan de él. Y sellar los 3 mil kilómetros de frontera con tropas costaría más que la guerra de Afganistán porque se necesitarían, según calculó en su momento el gobierno de Trump, al menos 250 mil soldados. ¿Qué harán entonces? ¿Dispararles para poner el ejemplo? ¿Los soldados acatarán esa orden? ¿A mujeres con hijos en brazos? ¿Qué pasará después? ¿Patearán los cuerpos hacia el río?
Todas esas son preguntas que Trump jamás ha respondido. Las elude, las evita. Porque no tiene idea o porque no le importa. Un político profesional, en cambio, sabe que un problema como la migración ilegal es demasiado complejo como para prometer soluciones simples como un muro o como “deportación masiva”. Pero la complejidad es aburrida y difícil de entender. Es el talón de Aquiles de las democracias cuando aparece un populista con soluciones mágicas que después culpará a sus enemigos de no haber podido implementar.