China es el gran rival de Estados Unidos. Lo supieron Bush, Obama, Trump y ahora Biden. Y por eso ninguno de ellos hubiera querido distraerse con Rusia, una potencia militar decadente.
Pero todos esos presidentes fallaron en ver que Vladimir Putin busca destruir las democracias desde dentro con propaganda. Lo están haciendo en Francia, en España, en Alemania, en Latinoamérica y, por supuesto, en Estados Unidos, donde con mucho éxito han logrado reclutar a políticos como Robert Kennedy, a influyentes comunicadores de la derecha como Tucker Carlson e incluso al dueño de Twitter, Elon Musk, quien, ahora sabemos, compró la plataforma con personajes rusos ligados a Putin.
Frente a esa amenaza, Estados Unidos debería dejar la ingenuidad de creer que una prensa libre, como la que exhibió a la Unión Soviética, será suficiente para enfrentar a los propagandistas actuales de TikTok y YouTube. La razón por la que abundan los influencers anti estadounidenses en estas plataformas, es porque Rusia les paga para difundir sus narrativas. ¿Qué hace mientras Estados Unidos? Destina a USAid, su programa humanitario, 63 mil millones de dólares -más que la ayuda militar a Ucrania- en promover la igualdad de género, los valores democráticos, la libertad de prensa, entre otras buenas causas. ¿Quién le agradece por esa ayuda? Algunos países, como México y Venezuela, incluso la detestan por considerarla intervencionista.
Hay demasiado en juego en la lucha por la democracia en Occidente, como para dejarla a merced de los algoritmos de TikTok y YouTube.