El presidente Joe Biden acaba de hacer lo que Donald Trump jamás hizo: poner a su país por encima de sí mismo.
Biden renunció a la candidatura presidencial, a pesar de que pudo haberse aferrado a ella hasta el final. Donald Trump, en cambio, puso a su país en riesgo e inventó un fraude que jamás existió, con tal de no ceder el poder en 2020. Causó así la mayor polarización en la historia reciente de Estados Unidos, al grado de que hay quienes dicen que si no ganan en las urnas, recurrirán a la guerra civil.
Joe Biden llevaba semanas sin ceder a las presiones que le pedían retirarse por los evidentes traspiés por su edad. Tardó en dar su brazo a torcer pero, para ser justos, hay que admitir que pudo haberse negado a ceder al menos hasta la Convención demócrata, el 19 de agosto.
Biden, sin embargo, hizo de nuevo lo correcto. Siempre ha hecho lo que es mejor para su país en el largo plazo, aunque no sea lo más popular, ni lo más fácil en lo inmediato. Por ejemplo, al apoyar a Israel, pese a la furia de los radicales en su partido, quienes buscaban un respaldo incondicional a Palestina. Enfrentó a Vladimir Putin y defendió a Ucrania, pese al riesgo, real, de desatar un enfrentamiento directo con Rusia.
Trump, en cambio, quiere aplausos sin riesgos. Ataca a la víctima fácil, México, pero es un cobarde cuando se trata de ponerle cara a Rusia o a Corea del Norte. No quiere meterse en líos que no sabe si puede ganar en lo inmediato. Peor: que no sabe de qué forma puede beneficiarse de ellos personalmente.
Para colmo, luego del supuesto atentado en su contra -en un último acto de egoísmo-, Trump incita a sus seguidores a creer que Dios lo salvó de recibir una bala, cuando en realidad ni siquiera ha aceptado hacer público el reporte médico que demostraría la verdadera naturaleza de su herida. Hay dudas fundadas de que el rozón en su oreja fue producido por fragmentos de material desprendido de superficies impactadas por las balas que se dispararon ese día.
Joe Biden siempre fue mejor persona y gobernante que Donald Trump. Ahora los demócratas deben elegir, además, a un buen candidato.