Vladimir Putin ha logrado engañar a conservadores e izquierdistas al mismo tiempo.
A los conservadores les hace creer que Rusia es un próspero país blanco, cristiano, sin diversidad racial y pro familia tradicional. Algo muy importante para los ultraderechistas en Estados Unidos y para el movimiento "Make America Great Again" (MAGA) que respalda a Donald Trump.
A los izquierdistas les vende lo contrario: que Rusia es un feroz defensor de los desvalidos desde África hasta Palestina. Muy barato de hacer: solo hace falta emitir declaraciones. Suficiente para los izquierdistas radicales latinoamericanos, europeos y estadounidenses; deseosos de ver un "nuevo orden mundial" sin darse cuenta que las alternativas son peores que la situación global predominante desde el fin de la Segunda Guerra Mundial.
Lo que Rusia es en realidad, es un imperio multiétnico. Un país donde los rusos dominan a las otras etnias que representan el 20% de su población total. Y donde el disenso se castiga con brutalidad. En Chechenia, por ejemplo, donde murieron 160 mil personas en dos revueltas, una de las cuales fue aplastada, precisamente, por Vladimir Putin. Quien exige sumisión incluso a sus vecinos.
Los países alrededor de Rusia -que formaron parte de la Unión Soviética pero se independizaron en los 90s- no tienen permitido acercarse siquiera a la Unión Europea y a Estados Unidos. Si lo hacen, les pasa lo que a Georgia en 2008, y ahora a Ucrania, invadidos ambos so pretexto de cuidar a los rusos que viven en esos países.
Como si a la élite le importara el bienestar de su población... Los rusos en Rusia ganan menos dinero que un mexicano promedio y no pueden ni manifestarse en las calles. El mayor opositor a Putin, Alexei Navalny, murió este año en una prisión en Siberia. Es solo el ejemplo más visible de una creciente represión dentro de ese país.
Rusia no defiende valores ni ideas. Rusia solo quiere ser un imperio.