Se consumó el fraude en Venezuela. El Tribunal Superior de Justicia, chavista, dio la victoria a Nicolás Maduro a pesar de que ni ese tribunal, ni el Consejo Nacional Electoral ni Maduro mismo han revelado cuáles son las actas electorales que confirman ese supuesto triunfo.
Eso es lo que pasa, cuando un país pierde la independencia del Poder Judicial. Ese mismo tribunal, recordemos, decidió desaparecer a la Asamblea Nacional en 2017 cuando los venezolanos eligieron a más diputados de la oposición que a chavistas. Ese fue realmente el año en el que se perdió la esperanza de un cambio electoral en Venezuela, porque la dictadura cerró la pinza del control total de los poderes formales del país. Presidencia, jueces y legisladores se convirtieron de facto en miembros del mismo partido.
Cuando Donald Trump intentó robarse la elección de 2020, acudió con los jueces que él había designado en la Suprema Corte, esperanzado de que revertirían la victoria de Biden. No sucedió, gracias a que esos jueces eran respetados profesionales del derecho, antes que conservadores.
La diferencia entre Estados Unidos y Venezuela, no radica en lo que Maduro y Trump están dispuestos a hacer para arrebatar el poder, sino en la fortaleza de las únicas instituciones capaces de frenarlos. Y en el caso de Venezuela, esos frenos ya no existen.