El ataque en una sala de conciertos en Moscú, que dejó más de 130 víctimas, así como los ataques con drones desde Ucrania en territorio ruso, son consecuencia del imperialismo que Rusia, al día de hoy, todavía practica.
Una de cada cinco personas que viven en Rusia no son de raza ni de cultura rusas. Son chechenos, tártaros, mongoles, moldavos, y muchos otros tipos de etnias que fueron en su momento conquistadas por el imperio ruso.
Eso es lo que está haciendo Vladimir Putin con Ucrania. Intenta apoderarse de un territorio que no es suyo para expandir su zona de influencia. Como hizo en 2008 con otro de sus vecinos, Georgia. Como poder continental que son, los rusos no se sienten "seguros" a menos que tengan estados vasallos a su alrededor que les sirvan de "contención" ante futuras -yo diría, imaginarias- invasiones exteriores.
En los últimos 24 años, Putin desechó la incipiente democracia de su país y revivió el imperio para lograr reestablecer esas zonas de seguridad exterior. Decidió aplastar la disidencia de las minorías, en vez de intentar integrarlas o permitirles separarse. De ahí viene la motivación del Estado Islámico, quien se adjudicó la autoría de los ataques en la sala de conciertos.
Los atentados de Moscú, el intento de golpe de Estado del grupo Wagner, la desaparición de disidentes y una economía solo vive de vender materias primas, son todas consecuencias que ahora sufre el pueblo ruso, por haberle permitido a Putin regresar al sueño imposible de una Rusia imperial. Sueño imposible, porque solamente por su economía y su demografía, Rusia está condenada al fracaso.